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Además de hablar

Julio Márquez

En el marco del Año de la Fe y del sínodo sobre la nueva evangelización, presentamos la experiencia de vida y de diálogo entre ateos y creyentes en el Movimiento de los Focolares. Entrevista a Franz Kronreif.
«El diálogo no es un ejercicio mental, ni una pugna, ni tratar de llegar a algún acuerdo. El diálogo es una experiencia». Así se expresa Franz Kronreif, arquitecto austriaco encargado de la secretaría internacional para el diálogo entre personas de convicciones distintas, en particular entre ateos y cristianos, en el ámbito de los Focolares. Su cálida voz y su sonrisa sincera desmienten enseguida su apariencia de persona severa. –¿Qué quiere decir que el diálogo es una experiencia? –Dialogar es como ir en bici por las montañas del Tirol: sales de un lugar y llegas a otro, y por el camino disfrutas del tiempo, el paisaje, la gente… El diálogo entre cristianos y ateos, al menos en el Movimiento de los Focolares, es una experiencia verdadera, en el sentido de que partimos de un punto, viajamos juntos y llegamos a otro lugar que no estaba previsto inicialmente». –¿Cómo ha acabado un arquitecto como tú practicando este diálogo? –Mi aventura empezó hace catorce años, cuando hubo un contacto casual entre el Movimiento de los Focolares y el partido comunista austriaco, que dio lugar a un diálogo libre, respetuoso y fructífero, y a una amistad con Walter Baier, expresidente del partido. Desde entonces hemos trabajado en muchos proyectos conjuntos, y en octubre de 2011 Walter fue invitado por el Papa a participar en la peregrinación por la paz a Asís. Él resume así la experiencia de estos años: «No estamos de acuerdo en todo; seguimos siendo como éramos antes de nuestra experiencia juntos, es decir, cristianos y comunistas. Pero puedo decir que el diálogo ha enriquecido mi visión del mundo». Y ciertamente se ha producido un enriquecimiento humano y espiritual recíproco. Personalmente, yo me siento más cristiano que antes. –¿Qué importancia tiene este diálogo para los Focolares? –El Movimiento de los Focolares, que surgió en la Iglesia Católica y está presente en 194 países, se guía por las palabras de Jesús al Padre que recoge el cuarto Evangelio: «Que todos sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí». Ese «todos» se concreta en varias pistas de diálogo: dentro de la propia Iglesia, entre confesiones cristianas, entre miembros de distintas religiones y entre personas creyentes y otras que no tienen referencias religiosas, es decir, agnósticas y ateas. –¿Cuántos ateos están en contacto con vosotros? –Unos ocho mil en todo el mundo participan de distintas maneras; alrededor de mil mantienen un contacto regular, y de éstos, unos 120 no creyentes se podrían considerar parte integrante del Movimiento. Si bien el número puede parecer irrelevante, lo importante es que esos 120 ateos comparten el espíritu del Movimiento, naturalmente con su propia visión del mundo. La fundadora de los Focolares, Chiara Lubich, consideró a los no creyentes como una «parte necesaria» del Movimiento, sin la cual no estaría completo. –Concretamente, ¿cómo se lleva a cabo este diálogo? –En pequeños grupos en todo el mundo se intenta traducir en vida, en cultura y en lenguaje laico los puntos básicos del carisma de los Focolares con el fin de hacerlos accesibles a quienes no tienen una fe religiosa, sin por ello diluir su raíz evangélica. Me explico: es óptima la iniciativa de diálogo del cardenal Ravasi del «Atrio de los Gentiles», pero se me viene a la mente la pregunta de Walter Baier: «¿Cuándo podremos pasar del atrio a la sala de estar?». Con toda humildad puedo afirmar que en el Movimiento de los Focolares, los ateos están en la sala de estar. –¿Y se sienten como en casa aun siendo un movimiento predominantemente católico? –Un ateo parisino que forma parte de la Comisión Internacional de nuestro diálogo evocaba esta frase de Chiara Lubich: «Los ateos son la imagen del grito de Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”», y añadía él: «A Jesús lo amas, no vas a convertirlo». Ahí están los cimientos de la relación entre creyentes y no creyentes en los Focolares. Nadie pretende convertir a nadie; nadie está interesado en hacer proselitismo. Respetar y acoger al otro «tal como es» es la base de nuestro diálogo. El camino que recorremos no lo conocemos de antemano, sino que lo vamos abriendo juntos: «caminante, no hay camino; se hace camino al andar». –No es fácil de entender… –En su libro El grito, Chiara Lubich acerca precisamente a Jesús en la cruz a los ateos: «En su abandono, Jesús es su crucificado, porque se hizo ateísmo por ellos». Ella misma, durante los últimos cuatro años de su vida vivió la experiencia de no «sentir» la relación con Dios; se vio inmersa en un eclipse de Dios. En unas notas suyas de esos años leemos: «Dios se ha ido lejos; también Él se pierde en el horizonte del mar. Hasta allí lo habíamos seguido, pero más allá del mar, tras el horizonte, se oculta y ya no podemos verlo». Y añade: «En esos días, pensando en el grano de trigo que ha de morir, me sentía como muerta, en el abandono-infierno. Y no creía que de ahí pudieran salir frutos». –¿Qué significa esto para un ateo? –El filósofo Massimo Cacciari lo explica muy bien: «¿Cómo definir la relación entre creyentes y no creyentes según Chiara Lubich? El no creyente vive continuamente en el creyente y el creyente vive continuamente en el no creyente. Si el no creyente piensa, es un no creyente que busca la realidad última, que incluso podríamos llamar Dios. Y por su parte el creyente no es un creyente plácido, tranquilo, sedentario, sentado, que posee la verdad. También él está constantemente buscando y cada mañana debe reconquistar su fe. De modo que lo que tienen en común un creyente y un no creyente, aun en su distancia y diferencia, es precisamente la búsqueda, la duda». –Volvamos a los ateos del Movimiento… –Yuri Pismak, profesor de Física Teórica en San Petersburgo, se declara «ateo científico». Afirma que este diálogo lo lleva, en cuanto físico, a una comprensión nueva de conceptos como el infinito. Una vez le pregunté cómo reaccionaría si le dijera que había dejado de creer en Dios, y su respuesta fue sorprendente: «Lo sentiría. Tú perderías tu identidad, lo cual sería una pérdida para mí y para nuestra relación». –Este diálogo intelectual y vital cambia a las personas… –Sí. El arquitecto Moreno Orazi escribe: «No soy creyente, pero al participar en la experiencia de diálogo del Movimiento de los Focolares puedo intuir algo de la experiencia mística que hacen los creyentes. Es más, puedo participar en cierto modo de su fe. Y viceversa: los creyentes pueden experimentar con profundidad mi concepción laica de la vida, mis valores, mi criterio de lo social. Todo ello dentro del máximo respeto recíproco, sin proselitismo, sino valorando las diferencias». –¿Adónde han llevado estos intercambios a Franz Kronreif? –Un diálogo vital, que abarca también el pensamiento, es un hecho religioso, independientemente de que el coloquio aborde temas religiosos o laicos. En consecuencia, este diálogo me ha introducido más profundamente en los contenidos básicos de mi fe. Ya no soy el de antes; soy una persona laica al cien por cien que sin embargo dedica todos los días una hora y media al encuentro explícito con Dios para edificar su vida sobre esa base.



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