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Correspondencia



Cataluña y España - Formación integral
Cataluña y España La pasada celebración de la Diada en Barcelona con su grito de independencia y la sucesiva escalada soberanista e independentista en Cataluña han puesto de relieve que una parte significativa de la población catalana no se siente querida y comprendida por el resto de los españoles. Independientemente de la objetividad de este sentimiento, creo que deberíamos reflexionar sobre qué lo ha producido. Es cierto que hay una larga tradición de críticas e incomprensiones recíprocas entre sectores, tanto del nacionalismo catalán como del resto de la sociedad española, con salidas de tono frecuentes. Con todo, en esa dialéctica de enfrentamiento hasta ahora siempre había dominado el sentido de la responsabilidad. Sin embargo, el estado actual de la cuestión refleja que hay un sector importante de la sociedad catalana que ahora reclama la independencia porque de alguna manera siente que no se aprecian ni se valoran las grandes contribuciones de Cataluña al conjunto de la vida española, que en mi opinión son fundamentalmente tres: ayuda al proceso de modernización y europeización de España en su conjunto; la acogida de población emigrante del resto de España (andaluces, aragoneses, murcianos y castellanos nunca podrán olvidar que Cataluña ha sido tierra de integración para miles de ellos que buscaban una vida mejor), y la solidaridad de la sociedad catalana con el resto de España. Cuando se tiene clara conciencia de todo esto, como la tienen muchos españoles, los nacionalismos deberían entender que no podemos asistir indiferentes al levantamiento de un muro de incomprensión e incluso hostilidad entre Cataluña y el resto de España. La opción independentista de Cataluña no puede ser la respuesta a una crisis económica o a un estado de opinión surgido de desencuentros habituales en la vida del Estado. La separación supondría el fracaso de nuestra sociedad democrática en garantizar la libertad, la igualdad y el pluralismo. Confiemos en que nuestros políticos sepan acertar en el camino de diálogo capaz de superar estos problemas. R. G. Formación integral He leído en internet los comentarios de un profesor, Alejandro Pastor, a propósito de cómo quedan las lenguas clásicas en el anteproyecto de la nueva ley de educación. Señala que las materias de Cultura Clásica y Griego desaparecen o se reducen. No así el Latín. «Estamos consternados –dice– por este empeño de eliminar de nuestra enseñanza básica aquellas materias que suponen la base del resto de materias». «En una época como la nuestra –añade– en la que se precisa de tanta investigación y tanto conocimiento, hemos de continuar la senda de aquellos antiguos griegos movidos por el afán de conocer y, sobre todo, de conocerse». Con el resto de sus argumentos puede uno estar o no de acuerdo, pero estos dos puntos me parecen indiscutibles. Hace unos días, viajando en autobús, no pude evitar oír la conversación entre dos universitarios. Hablaban de las materias del nuevo curso, y no sabían la diferencia entre Geología y Geografía. Lo reconocían cándidamente y no parecía inquietarles su ignorancia. Pensé que, si hubiesen sabido un poco de etimología, habrían intuido la diferencia entre ambas disciplinas. Habrían sabido que las dos palabras son compuestas y tienen en común una parte, «geo-», que significa tierra en griego, y al menos por analogía con otras, habrían deducido que las palabras acabadas en «logía» versan sobre el estudio de algo, mientras que las palabras acabadas en «grafía» definen la descripción de algo. Y así, la Geología es el estudio de la Tierra, mientras que la Geografía es su descripción. Con este simple razonamiento estos dos universitarios afrontarían el nuevo curso con mayor tranquilidad. El profesor Pastor tiene razón: no hay que olvidarse de la formación integral de nuestros jóvenes. R. J.



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