Es bien sabido que los refranes, como reglas generales que son, tienen su parte de verdad y su parte de mentira en cada una de las interpretaciones que de ellos se pueden hacer...
Es bien sabido que los refranes, como reglas generales que son, tienen su parte de verdad y su parte de mentira en cada una de las interpretaciones que de ellos se pueden hacer. Pero hoy traigo a colación esta frase, fruto de la filosofía práctica popular, porque me da pie para reflexionar sobre una actitud fundamental que creo debemos tener en los tiempos que vivimos.
En alguna ocasión ya he comentado que, en mi opinión, es una buena decisión llevar nuestra economía personal y familiar de una forma lo más ordenada posible, ya que la desorganización en la gestión de nuestros ingresos y gastos favorece que se nos vaya el dinero sin darnos cuenta y sin saber exactamente dónde se ha ido. Y eso con el tiempo produce desagradables sorpresas. Pues a este consejo he de añadir otro: la especial prudencia que debemos tener ante determinadas “oportunidades” económicas que se nos presentan.
Normalmente, cuando queremos comprar un producto que no es de los que adquirimos habitualmente, intentamos informarnos sobre varios de los que nos pueden interesar, los analizamos, los comparamos y nos decidimos por el que creemos que nos conviene. Más o menos, seguimos el mismo método cuando nos planteamos qué hacer con los ahorros que tenemos, o simplemente dónde domiciliar nuestra nómina, contratar nuestra tarjeta de crédito, plan de pensiones, etc.
Pues mi recomendación consiste en que cuando, en alguna de estas ocasiones, se nos presente alguna oportunidad que es, con diferencia, mucho más beneficiosa que todos los demás productos análogos que hayamos analizado, no se rechace de entrada, pero sí que seamos especialmente cuidadosos al considerarla.