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articulo

Conectar con el hombre de hoy

Alain Boudre (Nouvelle Cité)

La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 7 al 28 de octubre, versará sobre «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».
A las puertas del próximo sínodo publicamos una entrevista a Mons. Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. –La creación de este consejo pontificio demuestra que el Papa quiere darle un fuerte impulso a la dimensión misionera de la Iglesia. ¿Qué signos de los tiempos le parece que han desencadenado tal decisión? –La creación del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización representa realmente un gran reto: devolverle el espíritu misionero a la Iglesia. Numerosas situaciones nos llevan a hablar de nueva evangelización. Durante veintisiete años Juan Pablo II fue su artesano, hasta acuñar la expresión «nueva evangelización». El fenómeno de la secularización condensa diferentes problemas que indican una profunda crisis de la fe hoy. Sin embargo, la Iglesia no evangeliza o emprende una nueva evangelización porque está pendiente de la crisis, sino porque es consciente de deber obedecer a la Palabra del Señor. En el origen de esta decisión está la urgencia de volver a los fundamentos y a la naturaleza misma de la Iglesia. El Señor Jesús quiso que la Iglesia fuera la continuación de su Palabra en el mundo, y la envió al mundo para que todos los pueblos de la tierra sean discípulos suyos. Este reto nos infunde un nuevo entusiasmo para ser fieles a nuestra vocación bautismal. –¿Quizás al decir «nueva evangelización» se sobrentiende que la Iglesia no ha evangelizado bien hasta ahora, o que ha sido algo tímida? –La nueva evangelización deja intacto el contenido de la fe, que sigue siendo la misma. Según esa hermosa expresión de la Carta a los Hebreos, «Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre». A la nueva evangelización, pues, le compete transmitir todo el patrimonio que la Iglesia ha acumulado durante veinte siglos. Ese patrimonio de fe aparece resumido en el Catecismo de la Iglesia Católica, donde se encuentra, como diría san Vicente de Lérins, «todo cuanto se creyó siempre, por todos y en todas partes». La nueva evangelización tiene que invertir en nuevos métodos y nuevos lenguajes para anunciar el Evangelio, y con nuevo entusiasmo y un nuevo espíritu misionero, como he dicho antes. No se trata de que lo que se ha hecho previamente esté mal. Significa que, si pasamos por un momento de crisis, ciertamente algo no ha sido coherente en los métodos y en la pastoral. Ello no debe impedirnos comprender que la nueva evangelización tiene urgente necesidad de conectar de forma nueva con el hombre contemporáneo. El hombre de hoy es diferente al de hace veinte o treinta años. La situación cultural ha evolucionado y obliga a la Iglesia a implicarse más profundamente para que la fe de siempre sea anunciada de manera eficaz. Ello supone que el anuncio vaya acompañado por el testimonio de vida. Estoy profundamente convencido de que el gran reto no reside tanto en los contenidos de la fe, cuanto en el estilo de vida de los creyentes. Hemos de recuperar todo el interés del testimonio cristiano. Se trata de una vida humana que anuncie por sí misma el Evangelio, a través de un estilo de vida que dé a conocer intuitivamente lo que significa ser discípulo del Señor. Por eso me parece importante que nuestro testimonio sea creíble. –¿No tendrían que evangelizarse los cristianos a sí mismos antes de evangelizar a los demás? –De hecho la nueva evangelización se dirige a los bautizados. Antes que nada es una palabra para dentro de la Iglesia. Pero hemos de considerar la evangelización desde dos perspectivas distintas. Por un lado está la evangelización que llamamos ad gentes y que se dirige a quienes aún no conocen a Jesucristo. La otra forma de evangelización, la nueva evangelización, se dirige a los que ya conocen el Evangelio. Se orienta, pues, en primer lugar a los bautizados, miembros de la comunidad creyente, para invitarlos a reforzar su identidad cristiana y la conciencia de pertenecer a la Iglesia y a la comunidad cristiana. Ése es el punto de partida de la nueva evangelización: unos bautizados a los que hay que reencontrar, que se han vuelto indiferentes, agnósticos, o que piensan quizás que pueden vivir el cristianismo aislada e individualmente, lo cual es una de las enfermedades del mundo contemporáneo. La nueva evangelización se dirige a los que han perdido el deseo de pertenecer a la Iglesia y a la comunidad, probablemente a causa del antitestimonio que les han dado algunos cristianos. No podemos olvidar que la expresión «Dios sí, la Iglesia no» suena como un refrán en la cultura de mucha gente. La nueva evangelización, pues, se dirige en primer lugar a los cristianos que viven en territorios de vieja cristianización. Por otra parte, la evolución del mundo nos conduce a concebir la nueva evangelización como un fenómeno global. Primero llega a los cristianos para que tomen conciencia de que la indiferencia con respecto a la fe los lleva a ser indiferentes consigo mismos. Si Dios deja de ser el centro de nuestra vida, entonces es grande el riesgo de volverse extraño para uno mismo, de no comprender el sentido de la vida, de no tener metas ni direcciones que seguir. Ciertamente, el Evangelio puede ser anunciado de muchas maneras. Aparecen nuevos lenguajes y formas de comunicación, sobre todo entre los jóvenes que se juntan en plazas, playas, discotecas o campus universitarios. El anuncio del Evangelio concierne a todos los cristianos. Tengo que decir que es reconfortante ver tantas realidades cristianas, parroquias, asociaciones, viejos y nuevos movimientos que viven con entusiasmo la nueva evangelización. En el primer congreso que organizará nuestro consejo pontificio en Roma el 15 y 16 de octubre para presentarle al Papa a los nuevos evangelizadores, no habrá menos de 122 realidades eclesiales distintas que se consagran de forma privilegiada a la nueva evangelización; además hay que añadir a los representantes de 33 conferencias episcopales. Esto significa que hay una realidad en ebullición que atañe no sólo a los movimientos y asociaciones, sino a cada uno de los bautizados. La ambición de la nueva evangelización es hacer que los bautizados sean más conscientes de su vocación. De ahí que la nueva evangelización implique una «formación». Mediante la formación permanente, el estudio continuo de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe cristiana, y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica se refuerza la identidad. No podemos ignorar que uno de los males actuales es la profunda ignorancia sobre los contenidos básicos de la fe. La nueva evangelización ha de poder convencer de que la fe no debe sólo vivirse, sino que también hay que conocerla y estudiarla. Nadie puede vivir coherentemente con su fe si no la conoce. Por emplear una expresión de san Jerónimo, «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo». ¿Cómo podemos considerarnos discípulos si no tenemos experiencia de Él, si no vivimos una profunda comunión con Él, si no lo conocemos realmente? Es verdad, la Palabra de Dios habla al hombre de todos los tiempos. Sin embargo, el hombre de hoy es diferente; vive en una situación cultural que lo ha alejado de Dios y le hace creer que podría vivir más autónoma e independientemente sin Él. Pero vivir como si Dios no existiese no ha aportado más autonomía ni mayor libertad al hombre. La búsqueda cada vez más apremiante de derechos individuales ha tenido como consecuencia el desinterés por la sociedad, así como una pérdida del sentido de la responsabilidad con respecto al bien común. Excluir a Dios de la vida es encerrarse en sí mismo. Por eso la nueva evangelización tiene que penetrar en esta cultura. Ante esta situación, no sólo hemos de hallar formas de comunicación eficaces, sino que antes hay que discernir los contenidos a los que el hombre contemporáneo es sensible. Aparte de las posibilidades que ofrecen las modernas tecnologías de comunicación, yo aspiro a que siga siendo fundamental el encuentro personal. Así es como se ha ido transmitiendo la fe a lo largo de dos mil años: una persona anuncia y otra acoge el anuncio porque es creíble en razón del estilo de vida que le han testimoniado. Por eso la nueva evangelización se centra en el encuentro personal. La riqueza del cristianismo es que cada uno es llamado personalmente, y cada uno ha de responder por sí solo a esa llamada. Otro punto que considero esencial en la nueva evangelización es el sacramento de la reconciliación, sobre el cual tendrá ésta que reflexionar, expresarse y hacer algo. En este momento de nuestra historia, el hombre se hace ilusiones sobre su existencia y, o bien se encierra en sí mismo refugiándose en un pasado donde todo parecía mejor, o por el contrario se refugia en un futuro utópico que le hace soñar pero le impide remangarse concretamente. En la confesión es donde cada uno puede volver a encontrar la verdad sobre sí mismo, poniendo los medios para reflexionar sobre su vida. El hombre de hoy sólo puede volver a encontrar a Dios por sí mismo, con su propia conciencia. Dios no sólo lo comprende, sino que le abre sus brazos misericordiosos. Se trata de un encuentro con el Señor Jesús al que ama, y con la Iglesia que lo acoge. La reconciliación es un encuentro que ayuda a volver a empezar. –¿Qué se espera usted del próximo sínodo para relanzar el ardor de los cristianos a dar testimonio de su fe más amplia y abiertamente? –Estoy convencido de que el sínodo será un momento propicio para reflexionar sobre el tema de la nueva evangelización. Permitirá dar un nuevo impulso al entusiasmo de los cristianos para comprender su fe y dar testimonio de ella. Habrá una exhortación apostólica postsinodal en la que el Santo Padre trazará el camino de la Iglesia para los próximos años. Tampoco hay que olvidar otro acontecimiento que me parece muy importante: el Año de la Fe. A partir del 11 de octubre, paralelamente al quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y veinte años después de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, el Papa inaugurará el Año de la Fe. Será una invitación urgente a las diócesis, las parroquias, las nuevas comunidades, los movimientos, las asociaciones y los consagrados para que reflexionen seriamente sobre la importancia de la fe y la urgencia de dar un testimonio coherente. El sínodo será una etapa, pero el verdadero camino empieza cuando el cristiano toma conciencia y comprende mejor su fe, que por su naturaleza no puede quedar encerrada, sino que ha de ser comunicada. Encontrar al Señor es una alegría tal que debe ser anunciada y compartida.



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