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Unas flores para los invitados

Isabel Vaello

Cuando el amor es fuente de integración.
«Ahora que tengo un rato para escribir –en casa es difícil sacar un poco de tiempo–, te quiero hablar de la chica rumana que me ayuda en las tareas de casa. Está casada y tiene dos hijas. Su marido trabaja en el pueblo vecino, en una empresa que se dedica a cortar leña para luego venderla. Un trabajo muy duro, pues se pasa todo el día en el bosque con la sierra. »Nosotros vivimos en una casa muy grande; durante la semana solos mi marido y yo, pero los fines de semana un “mogollón” de gente: hijos, nietos, amigos... Por eso viene esta chica a echarme una mano con las labores de la casa. Yo marcho cada día sobre las siete y media de la mañana y vuelvo alrededor de las ocho de la tarde, menos los viernes que llego a casa a las dos del mediodía. »Cuando empezó a trabajar para mí, no sabía apenas hablar castellano, así que al principio casi no nos entendíamos. Por eso procuré cogerme dos tardes libres y le fui enseñando cómo se hacían aquí las cosas y dónde estaba todo. Traté de hacerlo trabajando “con” ella y cogiendo yo las tareas más difíciles o desagradables, demostrándole siempre amistad y confianza. Tengo que reconocer que ha aprendido rápidamente el idioma y ha correspondido a mi entrega haciendo “suya” la casa, en el sentido de que le tiene cariño. Ahora ya no tengo que decirle nada, pues ella sabe bien lo que hay que hacer. »El otro día tuvimos unos invitados. Les arreglamos la habitación y, mientras lo hacíamos, comenté que me hubiera gustado tener unas flores para ponerlas allí. Antes de que me diera cuenta, ella ya había salido al jardín y cortado unas ramas de un arbusto que da unas bolitas rojas: “¿Qué te parece? ¿Te gusta?”, dijo. Pues sí, y además me sorprendió. El lunes, estos invitados habían dejado la cama hecha y yo no me había acordado de decirle que quitara las sábanas y las echara a lavar. Cuando llegué a casa, ya lo había hecho. Se lo agradecí, sobre todo por tomar la iniciativa, y me sonrió contenta.

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