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articulo

Fijarse en los otros

Gennaro Cicchese

La exhortación de Benedicto XVI con motivo de la Cuaresma de este año nos lleva al núcleo de la fe cristiana, y nos orienta hacia el amor al hermano y la responsabilidad por el prójimo.
Reflexionando sobre el núcleo de la fe cristiana, la caridad, el papa ofreció un precioso texto de la Carta a los Hebreos para ahondar y poner en práctica el camino cristiano personal y comunitario que lleva a la Pascua: «Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras» (Hb 10, 24). Me detengo en la primera parte de su exhortación, que nos invita a considerar la responsabilidad que tenemos con respecto al hermano. Es un gran tema de la fe cristiana y de la convivencia humana. «Intelectual y materialmente, el otro es para cada uno de nosotros condición de vida», dice G. Gusdorf. En su discurso, el papa analiza la invitación a «fijarse». ¿Qué significa? Lo explica muy bien él mismo: «El verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad». Y añade más adelante: «El verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos». Se trata de aprender a “observar”, es decir, a leer los signos implicando nuestra persona. Debemos situarnos ante Jesús, nuestro prójimo, y luego ante todos los demás prójimos que lo representan. Éste es un gran reto para el hombre contemporáneo, ensimismado como está y cada vez más distraído y seducido por mundos virtuales y realidades tecnológicas. Se requiere por tanto un cambio radical: del yo al tú, del egoísmo a la fraternidad, de la indiferencia a la solidaridad. El papa es consciente de las carencias del momento actual: «Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen de un egoísmo encubierto bajo la apariencia de respeto por la “esfera privada”». Corremos el riesgo de que la vida de los demás nos sea cada vez más ajena, es decir, que la vida esté “privada” del bien común, en especial del bien común por excelencia que es la relación positiva con los demás: la fraternidad. Atención y escucha Por eso es necesario un giro antropológico. Se trata de una reconquista, de un “despertar” que implica un compromiso personal de inteligencia y voluntad, y por tanto de libertad. Tras los grandes dramas de las guerras mundiales, entre Shoah y Gulag, bombas atómicas y destrucciones masivas, ha llegado el tiempo de volver a pensar en el otro pensando en el otro. De ello se han dado cuenta muchos pensadores. «En principio está la relación», afirma Buber. El rostro del otro que irrumpe en mi vida desnudo e indefenso se convierte, según Levinas, en llamamiento ético e invocación: «No matarás». La autoestima, la estima por el otro y por las instituciones justas forman, según Ricoeur, un trípode ético. Pero hay más. Estamos tomando conciencia de que la trayectoria de unas ideas ha de ir acompañada por un estilo de vida coherente, que transforme los elementos teóricos en aplicaciones concretas: simpatía, empatía, fenomenología, personalismo y cualquier otra teoría tienen que transformarse en actitudes coherentes y en estilo de vida aplicado a las relaciones humanas. En una civilización del grito y del ruido, y en una cultura del no escuchar, que nos encierran dentro de los muros del monólogo, predominan las prácticas egocéntricas y narcisistas; y por ello resulta imprescindible recuperar el diálogo. El diálogo es la solución al problema de las relaciones humanas. Pero para dialogar hay que saber escuchar. Y ello requiere “atención”, estar presente a sí mismo y a los demás, sin distracciones. Hace falta querer escuchar y hacerlo con toda el alma. Escuchar compromete todo nuestro ser; exige la presencia de la persona y todos esos actos que constituyen su presencia: consciencia, voluntad, atención, silencio, empeño, tiempo. Tales actos son justamente lo opuesto de la pasividad y la improvisación. ¿Cómo prestar atención a los demás si no somos capaces de hablar y dialogar? Escucha y disponibilidad Para escuchar, es necesario, por ejemplo, acallar la prisa que nos impulsa a no interesarnos por el prójimo con el pretexto de que tenemos mucho que hacer. Si recurrimos a este pretexto, es signo de que nos falta la condición fundamental de la escucha, que es la de estar siempre disponibles a los demás, siempre deseosos de acogerlos y hacerles el bien. No es cuestión de tiempo, se trata de una disposición interior. Y hay un segundo obstáculo aún más insidioso. Hay una prisa aún mas oculta que nos impide escuchar. Es la prisa con la que repentina e inmediatamente catalogamos a la persona que nos habla, hasta el extremo de que creemos saber dónde quiere llegar con su razonamiento. Y lo que ocurre es que, en lugar de escuchar, aunque no digamos nada, nos hablamos a nosotros mismos de esa persona, y hablamos de ella independientemente de ella, como a nosotros nos parece y apetece. Y de este modo no nos encontramos con ella, no la aceptamos, no nos ensimismamos con ella. El prejuicio amenaza que la escucha sea genuina y plena. Por eso se necesita un silencio interior radical, una “muerte del ego” que hace concreta la aplicación del «negarse a sí mismo» y del «perder la vida» de los que habla el Evangelio. Humanamente hablando, es necesario “suspender el juicio” para hacer un vacío dentro de nosotros y ser acogedores, y al mismo tiempo «vivir el otro», «hacerse uno» con él, en el sentido paulino de hacerse uno con todos, para «centrar la comunicación en el tú». Querer el bien del otro, pensar en el otro pensando en el otro con madurez dialógica y responsabilidad ética nos permite ser «custodios» de nuestros hermanos (cf. Gen 4, 9) y ver en los demás, en cada uno de nuestros semejantes, un alter ego, otro “yo mismo”.



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