Trabajo para un periódico local y a menudo tengo que escribir sobre las tragedias de la vida. Un día, por ejemplo, supe que había muerto un niño gitano de dos años a la puerta de su carromato, cerca de una calle importante. Su tío lo había atropellado con un camión. Tenía que escribir sobre esa triste historia.
Quería hacer una foto del campamento, pero antes me acerqué a la gente para pedirles permiso. Me invitaron inmediatamente a ir a ver a la madre del niño. Tratando de estar lo más atenta posible, me acerqué a la joven madre, que obviamente estaba destrozada por la perdida de su hijo pequeño. Le pedí que me contara algo del niño. Cuando empezó a hablar, me di cuenta de que tenía una paz increíble y que veía toda aquella trágica experiencia a través de los ojos de Dios. «Mi hijo se ha ido a un lugar mejor», me dijo.
Cuando escribí la historia, que después se publicó con mis fotos en primera página, elegí sus palabras para el título: El pequeño Jim se ha ido a un lugar mejor. Antes de enviar el artículo al periódico, me acerqué de nuevo a la familia para estar segura de que estaban conformes con lo que había escrito. Sentados dentro de una roulotte, rodeada de muchos amigos gitanos, leímos el artículo. Estaban felices.