La potencia de la oración en la experiencia de un grupo de familias de Valencia.
Cuando aquel domingo de julio de 2010 fuimos a la capilla del hospital, no podíamos imaginar lo que nos tenía reservado la Providencia. Al acabar la misa vimos a una mujer joven llorando sin consuelo. Nos acercamos a ella; sólo hablaba italiano (qué “casualidad”, nosotros también lo hablamos). Entre sollozos nos explicó que su único hijo de 13 años, con el que pasaba las vacaciones en la costa, había sufrido un infarto cerebral hacía una semana. Los médicos no le daban ninguna esperanza, incluso le estaban sugiriendo la donación de órganos.
Su desconsuelo era tal que sólo podíamos escucharla, abrazarla, llorar con ella. Nosotros tenemos un hijo y podíamos intuir el dolor que debía sentir. Le dimos nuestro teléfono, por si necesitaba algo. Quedamos en seguir en contacto.
En esos días conocimos la noticia de la beatificación de Clara Badano, Chiara Luce*, y se nos ocurrió comentar en el grupo de familias del que formamos parte la idea de encomendarle a ella este caso. Cada día rezábamos para que se realizara el designio de amor de Dios sobre esta familia, y para que la situación mejorara.