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LEYES

José Fdez. del Moral

Rupturas matrimoniales
Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2010 se contrajeron en España unos 170.000 matrimonios y se decretaron aproximadamente 110.000 separaciones y divorcios. Este dato no hace más que confirmar una tendencia que ya viene de años. Ante este panorama, es evidente que todos tenemos cada vez más posibilidades de encontrarnos en nuestro ámbito familiar o de amistades con personas en esa situación de ruptura matrimonial. Mi experiencia con tales casos me ha hecho darme cuenta de que, aunque la situación de cada matrimonio es única con sus infinitas particularidades, existen ciertos consejos generales que pueden ser adecuados en la mayoría de los supuestos, no olvidando nunca que, como reglas generales que son, siempre tendrán excepciones. En caso de crisis matrimonial, normalmente conviene –si es posible– que los cónyuges busquen ayuda en alguien externo al matrimonio que, con una cierta objetividad y contando con la confianza de los dos, pueda ayudar en la situación creada. Pero si se confirma la ruptura, no es conveniente mantener durante mucho tiempo una situación de hecho indefinida en la que la pareja, sin acordar nada por escrito, se ocupen de los niños, cambien de domicilio, abonen una pensión o hagan unos gastos. Una vez que el matrimonio decide vivir separado merece la pena que intenten ponerse de acuerdo en cómo van a regular su situación y plasmarlo por escrito. Eso no significa que tengan que pedir la separación judicial o el divorcio, sino que de una manera interna convengan cómo se van a organizar mientras deciden qué hacer. Lo cierto es que cuanto más tiempo se pase en una situación indeterminada, más probabilidades hay de que vayan surgiendo complicaciones prácticas que acaban convirtiéndose en problemas si lamentablemente se termina solicitando la separación o el divorcio. Lo dicho hasta aquí no significa que los acuerdos se adopten a la ligera, como algo provisional. No. Lo que se pacte desde el principio es esencial, pues establece un precedente que, si luego se llega a un juzgado de familia, éste lo tendrá muy en cuenta y no lo modificará fácilmente. Y si bien es cierto que en la primera etapa de una separación uno de los cónyuges puede estar más ofuscado que el otro y no tener la mente clara para tomar decisiones importantes con objetividad, también lo es que, en ese periodo, generalmente los integrantes de la pareja son más propensos a dejarse ayudar por alguien distinto de ellos que, si actúa con buena voluntad y objetividad, puede dejar planteada una separación en la que no salga especialmente perjudicado ninguno de ellos.

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