Los flujos migratorios existen desde el inicio de la historia de la humanidad. Actualmente es un fenómeno provocado fundamentalmente por necesidades sociales y económicas. Así, la realidad social de los distintos países se manifiesta cada vez más como un crisol de razas, culturas y estilos de vida. Pero, habitualmente, la persona que ha de abandonar su país se ve sometida a un estrés intenso.
El Dr. Joseba Achotegui, psiquiatra y director del Servicio de Atención en Salud Mental a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) de Barcelona, ha definido al conjunto de alteraciones psiquiátricas que sufren algunos inmigrantes por las situaciones vividas como síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple o «síndrome de Ulises». Este nombre hace mención al héroe griego que padeció innumerables adversidades y peligros lejos de sus seres queridos.
Afirma el Dr. Achotegui que «emigrar se esta convirtiendo hoy, para miles de personas, en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos». No es infrecuente que el inmigrante deje atrás a su familia y amigos, su idioma, su cultura, su estatus social en su país de origen y el contacto con su grupo de pertenencia. Además puede haber sufrido o sufrir innumerables riesgos para su integridad física: guerras o persecuciones en su país de origen, sometimiento a mafias que controlan inmigración y prostitución, viajes sumamente peligrosos, trabajos muy precarios, viviendas en condiciones de hacinamiento e insalubres... De todos estos factores, los que producen más estrés y afectan especialmente a la salud mental del inmigrante son la soledad, la desesperanza que surge al no conseguir salir adelante, la lucha por la supervivencia y el miedo.
