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articulo

Liberación controvertida

Jordi Marjanedas

La nota más generalizada es la perplejidad. ¿Por qué cinco años para llegar a este acuerdo?
Base aérea de Tel Nof al sur de Israel, 18 de octubre. Gilad Shalit llega desde Egipto, donde se ha realizado el canje de prisioneros: él por un primer grupo de 477 palestinos de los 1.027 que Israel va a liberar en contrapartida. Han pasado más de cinco años desde que un comando palestino consiguiera introducirse tras las líneas del ejército israelí a través de un túnel de centenares de metros construido por debajo de la infranqueable barrera entre Israel y Gaza. Destruyeron el tanque ocupado por el entonces cabo Shalit, mataron a dos de sus ocupantes y a él se lo llevaron prisionero a Gaza. Desde su aldea de Mitzpe Hila, en el norte del país, han venido a recibirlo sus padres y hermanos, felices. Junto a ellos, los rostros de los altos mandos militares no muestran la misma satisfacción, no obstante el festivo despliegue de banderas y los uniformes de gala. Y es que para ellos, no obstante el enorme poderío de su ejército, el acuerdo significa que Hamás ha ganado una batalla. Este contraste es el mismo que divide a la sociedad israelí. Por un lado, muchos anhelan que esto represente un paso hacia la paz. El mismo Shalit en una de sus primeras declaraciones a la prensa ha dicho: «Espero que este acuerdo traiga la paz entre palestinos e israelíes y que ayude a la cooperación entre ambos bandos». En cambio, otro sector de la sociedad manifiesta su preocupación, porque entre los palestinos liberados se encuentran responsables de actos violentos y de muertes. Gilad Shalit ha dicho al respecto que estaría de acuerdo con la liberación de los más de 7.000 prisioneros palestinos «si manifiestan no querer realizar más actos violentos». Y muchos se preguntan: ¿será eso posible? Ese mismo 18 de octubre, millares de personas se agolpaban en la plaza central de la ciudad de Gaza para recibir a los palestinos liberados. Hamás había declarado este día fiesta nacional y las escuelas estaban cerradas. En Ramallah, miles de personas se apretujaban ante la sede de la Autoridad Palestina. Los discursos de los líderes palestinos en ambas ciudades no podían ser más efusivos para los liberados: «Sois combatientes por la libertad. Luchadores por Dios y la patria». Así los saludó Abú Mazen, presidente de la Autoridad Nacional Palestina. Pero en medio de estos festejos, negros nubarrones oscurecen el futuro en los Territorios Palestinos a raíz de este acuerdo. El hecho es que en estas manifestaciones las banderas palestinas se han visto sustituidas por las banderas verdes de Hamás. En efecto, la mayoría de los liberados pertenecen a esta organización, que ahora se ve reforzada en Gaza, y en Cisjordania, donde se había reducido hasta convertirse en un grupo marginal, adquiere una importancia que condicionará necesariamente la moderación del presidente Abú Mazen y su partido Al Fatah. El panorama se agrava porque en estos momentos parece que se está frustrando la expectativa de un posible reconocimiento del Estado palestino por parte de las Naciones Unidas. Abú Mazen había puesto todo su prestigio en ello, y no sólo alimentaba las esperanzas de todos los palestinos, sino las de los pacifistas de todo el mundo. Quizás la nota más generalizada sea la perplejidad. ¿Por qué cinco años para llegar a un acuerdo que, según muchos observadores, se podía haber alcanzado mucho antes, en mejores condiciones para Israel y en un momento más oportuno? En medio de este espectáculo, experiencias como la de esta madre israelí que aquí publicamos nos dicen que, a pesar de todo, podemos tener esperanza en un futuro luminoso, y nos muestran que el sufrimiento puede engrandecer el corazón del ser humano.



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